Entenderla, detectarla y acompañar a los niños.
Cuando pensamos en conflictos entre niños solemos imaginar peleas, empujones, gritos o rabietas. Pero existe otra forma de maltrato mucho más silenciosa y, a menudo, invisible para los adultos: la agresión relacional.
Se trata de un patrón de conductas que busca controlar, excluir o dañar la relación de un niño con los demás. Y lo más delicado es que suele pasar desapercibida, porque no hay golpes ni insultos evidentes.
En este artículo quiero profundizar en qué es la agresión relacional, cómo se manifiesta en la infancia, qué consecuencias puede tener tanto para quien la sufre como para quien la ejerce, y qué podemos hacer como madres, padres y educadores para acompañar a los niños y enseñarles a relacionarse de una manera sana y respetuosa.
Antes que nada tengo que recalcar que yo no soy psicóloga, esta información la he averiguado investigando por mi cuenta, así que si crees que tu hijo puede verse en esta situación, te recomiendo primero que contactes con un profesional.
Puedes contarle la situación al pediatra de tu peque y te aconsejará o te derivará a atención psicológica.
¿Qué es la agresión relacional?
La agresión relacional es una forma de violencia psicológica o social. A diferencia de la agresión física (golpes, empujones, patadas) o verbal (insultos, gritos, amenazas), la agresión relacional busca dañar los vínculos y la pertenencia de una persona en el grupo.
Algunas formas típicas en la infancia son:
- Excluir a alguien del grupo de juego (“tú no puedes jugar con nosotras”).
- Condicionar la amistad (“si no haces esto, ya no eres mi amigo”).
- Ridiculizar o burlarse (“eres un bebé”, “no sabes hacer nada”).
- Controlar con la tristeza (“si juegas con otros me pongo mal”).
- Impidir participar (“no sabes, no lo hagas”, “no toques, tú no puedes”).
- Dañar la imagen frente a otros niños con comentarios que minan la autoestima.
A veces estas conductas parecen “juegos” o simples peleas, pero cuando se repiten de manera constante y siempre en la misma dirección, estamos frente a un patrón de agresión relacional.
¿Por qué es importante detectarla?
Los niños pequeños están construyendo su identidad y su forma de relacionarse. Si un niño es víctima de agresión relacional de manera continuada, puede aprender que debe callar, aguantar o ceder para no quedarse solo. Y si un niño utiliza la agresión relacional sin que nadie le ponga límites, puede aprender que controlar, excluir o manipular es una forma válida de relacionarse.
En ambos casos, el riesgo es que esos patrones se consoliden y acompañen a los niños en su vida escolar, en la adolescencia y en la vida adulta.
Señales de que un niño puede estar sufriendo agresión relacional.
- Cuenta que “no le dejan jugar” o que “se tiene que esperar” para que otro decida si puede participar.
- Dice que su amigo o amiga se enfada o se pone triste si juega con otros.
- Expresa frases como “si no hago lo que quiere, me quedo sola”.
- Se aísla en los recreos o juegos libres, sentado en un banco o mirando desde fuera.
- Explota de repente con gritos o empujones, sin que los adultos vean lo que ocurrió antes.
- Muestra tristeza, baja autoestima o miedo a perder a un amigo concreto.
Señales de que un niño puede estar ejerciendo agresión relacional.
- Excluye a otros de manera consciente (“tú no puedes jugar”).
- Se burla o ridiculiza aspectos de otros niños.
- Controla a los demás con frases como “si haces eso ya no somos amigos”.
- Se aprovecha de la tristeza o el llanto para obtener lo que quiere.
- Tiende a decidir siempre qué se juega, cómo y con quién.
Es importante entender que estos comportamientos no hacen que el niño sea “malo”. Son conductas aprendidas que se pueden corregir con la orientación adecuada.
Consecuencias a corto y largo plazo.
Para la víctima:
- Sentimientos de soledad, tristeza y rechazo.
- Baja autoestima (“yo soy la que se equivoca”).
- Dependencia emocional de quien ejerce el control.
- Riesgo de convertirse en un niño sumiso, que no pone límites.
- O, en el extremo contrario, explosiones de ira que refuerzan su papel de “culpable”.
Para quien ejerce:
- Aprendizaje de un estilo de relación basado en el control y la manipulación.
- Falta de desarrollo de empatía y respeto a los demás.
- Rechazo futuro por parte de otros niños.
- Riesgo de escalar a formas de bullying más graves en etapas posteriores.
Cómo acompañar a los niños.
- Observar más allá de lo evidente. Si un niño explota, grita o empuja, preguntarnos qué ocurrió antes. Muchas veces la reacción es la punta del iceberg de una situación de exclusión o manipulación.
2. Nombrar lo que ocurre con frases claras y breves. Ejemplos:
- “Aquí todos podemos jugar, no se deja a nadie fuera.”
- “No se ríe de los demás.”
- “Puedes estar enfadada, pero no puedes empujar.”
Los niños pequeños necesitan límites concretos y consistentes, no sermones largos.
3. Refuerzos positivos. Celebrar cuando un niño incluye, comparte o pide algo de manera respetuosa: “Me gusta cómo has invitado a tu amiga a jugar”, “Qué bien que le has dejado un sitio”.
4. Dar palabras a la víctima. Enseñarle frases cortas que pueda usar:
- “¡Basta!”
- “No me gusta eso.”
- “Quiero jugar también.”
A través de cuentos, juegos de roles o títeres, se pueden ensayar estas respuestas para que salgan de manera natural.
5. Cuidar la mirada adulta. Evitar que un niño quede “etiquetado” como el malo o el culpable siempre. Entender que tanto la víctima como quien agrede necesitan acompañamiento.
6. Colaborar entre adultos. Padres, madres y docentes deben compartir información y trabajar juntos. No sirve de nada que en casa se pongan límites si en la escuela se ignoran, o al revés.
Recursos prácticos para familias.
- Cuentos infantiles sobre poner límites, el valor de la amistad y la autoestima (ej. ¡Basta! de Editorial Uranito).
- Juegos cooperativos en lugar de competitivos, que refuercen el “jugar juntos” en lugar de “ganar”.
- Frases modelo: escribir en casa algunas frases cortas que el niño pueda repetir en conflictos.
- Revisar nuestro propio estilo adulto: si en casa o en el colegio los niños ven burlas, exclusiones o chantajes emocionales, tenderán a repetirlos.
Cuando pedir ayuda profesional.
No siempre hace falta acudir a un especialista, pero sí es recomendable cuando:
- El niño se muestra muy aislado, triste o con baja autoestima.
- La relación de exclusión se repite durante meses sin mejorar.
- La víctima desarrolla síntomas físicos (dolores de barriga, no querer ir al cole).
- El niño que agrede no responde a los límites ni muestra empatía pese a la intervención de adultos.
Un psicólogo infantil puede ayudar a ambas partes: a la víctima a poner límites y ganar seguridad, y al niño que agrede a desarrollar empatía y aprender a relacionarse sin dañar.
Y para terminar…
La agresión relacional es invisible muchas veces, pero muy real para los niños que la sufren. Como adultos, tenemos la responsabilidad de abrir los ojos, escuchar, poner límites claros y ofrecer a los niños herramientas para relacionarse de manera sana. No se trata de culpar ni de etiquetar, sino de acompañar.
Si logramos detectar y actuar a tiempo, podemos prevenir que pequeños gestos de exclusión o burla se conviertan en patrones de relación dañinos en la vida escolar y futura. Y, sobre todo, podemos ofrecer a nuestros hijos e hijas lo más valioso: la seguridad de que tienen derecho a ser respetados y la capacidad de respetar a los demás.